La amiga fea de la mujer bonita

 

Lucho era un amigo de colegio que en sus buenos tiempos fue un connotado coleccionista de novias. El recaudo de damas para su lista de trofeos se cerró cuando conoció a Vanesa, una rubia natural, de belleza angelical con algunos destellos de voluptuosidad arrasadora. Dicho en términos más coloquiales, era un tronco de vieja.

 

Vanesa tenía un único, y grave defecto, que solía caracterizar en aquellos tiempos a muchas bonitas: contaba con una íntima amiga, tan fea como un carro por debajo (bueno, aquí entraría a jugar la subjetividad, habrá alguno para quién los carros por debajo sean muy hermosos, para mí por ejemplo, todo lo que sea feo me fascina).

 

Tal vez por aquello del equilibrio del ecosistema, o para cumplir con el requisito del contraste, es muy usual que la mejor amiga de una bella sea una fea, lo cual nada de malo tendría de no ser por los roles tan particulares que la citada fea tiene: es sumisa y autoritaria a la vez, asume actitud protectora, es una mezcla de escudera y ama de llaves, oficia como hada madrina y Pepe Grillo.

 

La amiga fea previene con frecuencia a la bonita acerca del peligro que representan los hombres, a los que considera perversos, manipuladores, mañosos, y con más pene que corazón. Si de ella dependiera, todos los niños serían castrados al nacer (sin anestesia preferiblemente).

 

Vanesa y Carmelita tenían una amistad cuyas características obedecían al pie de la letra al tipo de relación antes descrita, y el pobre Lucho a cambio de suegra (Vanesa era huérfana) tuvo que soportar el karma que representaba la amiga fea de su amada (con seguridad hubiese preferido tener suegra).

 

Carmelita odiaba a Lucho, lo saludaba entre dientes, y lo miraba con el mismo cariño que se observa al recibo del agua. Todo el tiempo conspiró contra el noviazgo que a su juicio envidioso, era un obstáculo para el futuro de Vanesa, y podría impedirle cumplir con el sueño de convertirse en bacterióloga.

 

Durante algún tiempo yo también fui víctima de ese proceso, pues Vanesa nunca salía a parte alguna si no era en compañía de Carmelita, y en mi calidad de uña y mugre de lucho, tenía el deber moral y solidario de completar el cuarto. En ese tiempo se consideraba código de honor de un varón, entretener a la amiga fea de la novia del amigo.

 

Para colmo de males, Carmelita consideraba que a pesar de mis defectos, yo era el único hombre rescatable de este planeta, hecho que con frecuencia me dejó contra las cuerdas.

 

Mi misión en cada salida era emborrachar a Carmelita y buscar que se quedará dormida, pero nunca pude lograr mi cometido, la mujer jartaba como un caballo y tenía la resistencia de Nicolás Maduro. Era muy jodido deshacerse de ella. En cambio, con frecuencia le quedé debiendo favores, pues al día siguiente me enrostraba la cantidad de veces que había tenido que llevarme cargado para que trasbocara en donde lo hace la gente que se sabe comportar.

 

Mi único consuelo era que sin bien no lograba dormirla, ella tampoco lograba mantenerme sobrio como para cristalizar las negras intenciones que tenía para con este cuerpecito, como diría Álvaro Uribe Vélez: yo la evitaba no por fea sino por su agria manera de ser (Les recuerdo que me parecen hermosos los carros por debajo).

 

Fui destituido de mi papel de celestino luego de una tarde en la que nos reunimos los cuatro para una sesión de chocolate con queso y almojábana, en la casa de Carmelita: una de mis habilidades era leer el destino a través de las manchas que quedan en el interior del pocillo luego de que la bebida ha sido consumida. Carmelita me pidió que leyera el suyo, y con la seriedad de un profesional en el área, le di un diagnóstico que estuvo a punto de tener consecuencias fatales:

 

“Carmelita: en tú próxima vida la belleza física vendrá contigo, y docenas de hombres caerán vencidos a tus pies".

 

Carmelita se retiró a su cuarto y se bebió lo que quedaba de un frasco de BAYGON que había utilizado en la mañana para intentar desterrar las pulgas de su cama.

Por fortuna, Carmelita tenía estómago de guerrillera y todo lo que padeció fue algo muy parecido a un guayabo de ocho cervezas. Su intento de suicidio fue tan fallido como sus artimañas para perjudicarme (así le llamábamos en aquel entonces a las violaciones).

 

Vanesa se ofuscó conmigo porque estuve a punto de dejarla sin su mejor amiga y convenció a Carmelita de que yo no era la excepción, y que por el contrario era igual o peor que la mayoría de los hombres (seguía salvando a Lucho). Fui expulsado del cuarteto, Lucho por solidaridad obligatoria con su novia me retiró en aquel entonces su amistad.

 

Desde ese día no los había vuelto a ver, fueron veinte años sin saber de ellos. La semana pasada me encontré a Lucho y pude constatar lo irónica que es la vida, me enteré de un par de detalles: 1) Vanesa no es bacterióloga 2) Lucho se casó con Carmelita y tienen tres hijos (dejando por el piso el vaticinio del médico que atendió el parto de la mamá de Carmelita, el cual en la casilla de sexo, no había puesto niña, sino solterona)… A Lucho le gustaban las agrías porque Vanesa lo era, pero Carmelita mucho más, y helos ahí.