
Un gato en la oscuridad
Durante muchos años, Bertha Lucrecia fue mi sueño dorado, pero todo lo que logré fue, en 1978, fue ser su novio durante 96 horas. Ella en estos tiempos es escritora y utiliza un seudónimo un poco más internacional que su nombre de pila CUNDIBOYACENSE.
Cometí un error estratégico: le declaré mi amor cuatro días antes de su cumpleaños, y por supuesto, el parentesco creaba un rubro importante en mi contabilidad personal.
Dos días antes de su onomástico le hice la pregunta de rigor:
- Mi amor, dime que regalo te haría feliz.
Me respondió con muy bien fingida modestia:
- No sé, lo que tú quieras, lo importante es el detalle, por encima de todo están los sentimientos.
Luego meció el cuerpo con también muy bien fingido candor, y agregó algo que seguramente fue uno de sus primeros malabares idiomáticos:
- Por ejemplo, me haría muy feliz algo redondito en donde yo pueda meter un dedo.
-
Así como Bertha Lucrecia mostró desde niña su pasión por las letras, yo desde niño mostré ser algo lento (aun ejerzo). La noche la pasé sin dormir pensando en cual podría ser el regalito redondito en donde se pudiera meter un dedo.
Por fortuna, al día siguiente me mandaron por el pan del desayuno, y en la panadería se me prendió el bombillo: ¡Un roscón! claro ese era el regalo ideal pues incluso por el hueco de un roscón cabía más de un dedo.
Como era de esperarse, el regalito me costó el noviazgo, de nada me sirvió explicar que no era un roscón normal, pues en su interior reposaban trozos de bocadillo importado.
En mi afán por recuperarla le hice una llamada y la dejé escuchado “Un gato en la Oscuridad”, uno de los temas emblemáticos del cantante Brasilero Roberto Carlos… pero con la canción me fue peor que con el roscón: no la volví a ver hasta la semana pasada cuando nos encontramos y entramos a un bar, ella pidió un coctel Margarita y yo un Águila bien fría.
Cuando llegamos al tema de nuestra relación afectiva, dijo con tono de burla bondadosa:
- Tu último intento de reconquista fue un fiasco. Desde niña prometí que jamás me casaría con un hombre que no supiera apreciar el idioma: y me dedicaste una canción plagada de errores.
Se acomodó en la silla, como asumiendo el cargo de verdugo, y dijo:
- Comencemos por la frase que dice: “nunca se olvida que fuiste mía”, eso es un adefesio, en realidad debería decir “nunca se olvida de que fuiste mía” … y si cuesta trabajo cantarla así, se podría decir “no olvida nunca que fuiste mía” y solucionado el tema.
Estiró el cuello y cuasi emputecida agregó:
- En cuanto a la frase que dice: “el gato que está triste y azul”: ¡Por Dios! de pronto un gato se pueda poner triste, pero azul ni por el carajo. La primera versión de esa canción fue en italiano y se titulaba “IL Catto nel blu”, que traducido a buen español es “el gato en el cielo” y literariamente se puede interpretar como “la silueta de un gato sobre el tejado”, pero nunca como “un gato azul.
Apuré la cerveza, inventé una urgencia y me fui. Si quedaba algún vestigio recóndito de afecto por ella, se extinguió. Ahora puedo decir que, literalmente, Bertha Lucrecia me cae como una patada en el ano, aunque ella me corregiría y me diría que en realidad es un puntapié en el trasero… y considero que los gatos se pueden poner tristes y azules cuando se les venga en gana. He dicho.